“Hay que creer que es posible”. Este es el mantra que se repite Bárbara Rodrigues, profesora de química de la Escola Estadual Professor Sebastião de Oliveira Rocha, en São Carlos (SP).
“Hay que creer que es posible”
Para ella, la transformación de la educación radica en incentivar a los estudiantes a pensar críticamente y tener el espacio y las condiciones para construir sus propias respuestas a problemas locales. “El programa de ciencias necesita ser vivido en la práctica, respondiendo a las preguntas que identifican en la vida cotidiana”, explica.
Mediando un Club Juvenil de Ciencias llamado Tecnología Escolar Sustentável Ligada ao Arduíno (Tecnología Escolar Sostenible Conectada al Arduino – TESLA), y con el apoyo de la profesora de biología Isabel Cristina Santana Kakuda, Bárbara animó a un grupo de diez estudiantes a construir un biodigestor anaeróbico en la escuela. Inspirados en otro proyecto escolar, que calculaba los desperdicios en los almuerzos escolares, los jóvenes y la docente decidieron avanzar en la discusión sobre el exceso de materia orgánica y sus efectos en el medio ambiente. Incluso habiendo logrado reducir significativamente las tasas de desperdicios, aún quedaban sobras que podían ser reutilizadas y transformadas. “Juntos estudiamos varias alternativas de reutilización y llegamos a la propuesta de construir un biodigestor”, explica Bárbara.
Para la construcción del equipo fue necesario estudiar conceptos de química y biología vinculados a la descomposición de la materia orgánica e investigar caminos conceptuales y técnicos para responder a la demanda identificada. Para ello, la docente presentó un conjunto de referencias académicas y didácticas a la clase, invitándolos a esbozar sus propias hipótesis. En una dinámica que implicó momentos de encuentro y estudio individual y colectivo de la clase, Bárbara trazó con los jóvenes un plan de investigación y experimentación hasta llegar a la construcción del prototipo.
Trabajo colaborativo: la importancia de la escucha y el respeto en la construcción colectiva de proyectos
Afectados por la pandemia del Covid-19, los encuentros fueron inicialmente en línea, pero a partir de las necesidades de los estudiantes, pudieron utilizar el laboratorio de la escuela para investigaciones y pruebas empíricas. “Estos momentos de encuentro fueron fundamentales no solo para el desarrollo del proyecto, sino también para fortalecer nuestra unidad como grupo”, dice Barbara, resaltando la importancia de construir vínculos afectivos en el proceso de enseñanza y aprendizaje.
La construcción del prototipo requirió mucha creatividad de todos los involucrados y constante resolución de problemas. Según la profesora, replicar algo con materiales de fácil acceso en la escuela no es trivial: fue necesario estudiar y probar varias alternativas para que el equipo funcionara; desde la posición en la que debería estar el recipiente [garrafa] hasta el sellado correcto de la construcción. “Muchas veces casi nos rendimos, pero el vínculo que teníamos y el deseo compartido de lograr lo que queríamos hizo que llegásemos al resultado final”, identifica.
Por eso, según la docente, la diversidad del grupo es fundamental y requiere la atención del docente a las habilidades blandas de los jóvenes, entendiendo que la colaboración entre diferentes perfiles es necesaria para la realización del trabajo. Para ella el equipo exitoso reúne y estimula cada perfil de estudiante: el soñador, el sistematizador, el resiliente, el maker, etc., en un proceso en el que todos tienen un papel y aprenden a trabajar juntos, en colaboración. “De la misma manera, mi trabajo con mi compañera docente fue fundamental. Tenemos perfiles diferentes y complementarios. Soy muy ansiosa, necesito resolver todo a tiempo. E Isabel organiza, establece los pasos para llegar a donde queremos”, justifica.